lunes, 12 de noviembre de 2012

Extreme fall (12 abril 2010)




Al comienzo no tienes miedo. Ves a tus amigos alrededor, expectantes y nerviosos, pero felices, con ganas de hacerlo, igual que tú, y no puedes evitar sentirte felizmente acompañado. De repente, te sujetan con un cinturón de seguridad: es lógico, frente a estos casos hay que ser precavido, no debes dejarte llevar por la emoción. Comienzas a subir, a elevarte, pero no uno ni dos metros, muchos más, bastantes, demasiados para los que quisieras sentir en realidad, la felicidad sigue ahí pero mucho más débil que al comienzo, el vértigo comienza a irrumpir porque, a estas alturas, es posible ver una panorámica bastante interesante de la ciudad, una vista que te transporta automáticamente a la azotea de cualquier edificio alto, y puede que exagere (¡NO PUEDE SER TAN ALTO!) pero ni tanto, porque recordemos que se trata de una simple silla y de tus pies incapaces de alcanzar el suelo firme y seguro. Se inserta el miedo abruptamente y optas por cerrar los ojos, es mejor no ver, no quieres observar la realidad que estás viviendo y por eso prefieres cerrar tus ojos, en un intento desesperado por huir, pero es inútil: el resto de tus sentidos está expectante y no te abandonan, al contrario, intensifican su trabajo al percatarse de que existe uno de ellos que no está cooperando. Los latidos del corazón comienzan tenues, pero se intensifican de forma veloz, prácticamente explotan, y ya no sabes si lo que sientes te gusta o no, lo disfrutas, lo vives al máximo, ya estas ahí y eso es inevitable, pero eres incapaz de describir el mix de sentimientos que te embargan: alegría, euforia, miedo, nervios, arrepentimiento, ganas de seguir… todo vale en esos pocos instantes que dura la felicidad y la incertidumbre. Cuando ya comenzabas a acostumbrarte a ese estado, cuando los sentimientos negativos parecían erradicarse por completo, cuando te sentías literalmente en la cima y feliz de haber llegado hasta allá, cuando todo merecía estar bien… de pronto, un sonido… tssss!!! Es una advertencia, lo sabes, intentas reaccionar, pero no te da tiempo… CAES, rápida y abruptamente, a mil por hora, con miedo, no alcanzas a entender lo que te pasa, sólo sabes que caes a una velocidad abismante y que sentirte así es una de las cosas más horribles que has experimentado en la vida, sientes que vas a morir, pero…de pronto viene la calma… todo se detuvo, lograste frenar, aún sientes miedo pero de todas formas abres los ojos… la caída fue terrible pero tú sigues vivo y debes continuar. Afortunadamente la soledad no logra embargarte del todo, porque apenas te sacan el cinturón aparecen tus amigos: esos que siempre estuvieron ahí, contigo, pero que olvidaste por completo durante el camino porque te dejaste llevar por la emoción. Puedes respirar más tranquilo porque sabes que ya pasó, pero la experiencia fue tan intensa que no puedes olvidarla, aunque te esfuerces, no lo logras porque quieres entender qué pasó, y no puedes, y sientes rabia, pena, y te arrepientes de todo y prometes que nunca más va a suceder. Pero es inevitable. Tarde o temprano te enfrentarás de nuevo a ese juego: está ahí, imponente, magnífico, te atrae, pero recuerdas que la última experiencia te marcó profundamente y caes en la duda… fue terrible, pero también lograste sentirte feliz. ¿Qué hacer entonces? Agradece que aún tienes los pies sobre la tierra para poder pensar con calma cómo vas a reaccionar frente a tal situación. ¿Arriesgar o no arriesgar? Esa es precisamente la cuestión.

(No encontré mejor analogía para el amor que “la caída extrema”... ¿Qué dice el público?).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sueños de libertad.

"Lo gracioso es que estando afuera de prisión era un hombre honrado, recto como una flecha. Tuve que entrar en prisión para convertir...