Me da mucha risa cuando las personas
que leen las cosas que escribo se preocupan más allá de lo normal. Infieren
que, según mis letras, lo estoy pasando pésimo y estoy sumergida en una
depresión de proporciones. Por un lado, agradezco el acto, pero por el otro:
"Señoras y señores: NO NOS PONGAMOS PARANOICOS, POR FAVOR". Admiro su
comprensión lectora, pero eso no es directamente proporcional con lo que me
pasa, a pesar de que lo que narro es verídico, CASI (y no hagamos caso omiso de
la importancia de esta palabra en la oración) en un 100%.
Según Georges Brandes: “todo
escritor verdadero se mete íntegro en su obra y sólo es preciso saber leerla de
manera penetrante para encontrar la historia de su vida en ella”. Si esto
es completamente cierto, entonces me quedan dos opciones:
a) Los que me leen no saben leerme,
simplemente.
b) No soy una escritora verdadera.
En fin... ayer, leyendo una entrevista a María José Viera-Gallo (L) comprobé que es algo de lo más normal esto de confundir a las personas con las cosas que uno escribe. A la pregunta: ¿Se puede ser feliz y a la vez sufrir escribiendo?, ella contestó muy segura que SÍ. Y ahí sonreí para mis adentros, y para mis afueras también.
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