domingo, 7 de abril de 2013

El día de la rebeldía (21/08/11).


     Ayer me rebelé. Desperté temprano, con cara de sol y ganas de sólo ser feliz, cuando se me ocurre revisar el correo UC y enterarme de que debo leer tres textos nuevos para seminario y, más encima, entregar un informe :S Simplemente colapsé, en mala actitud. Sentí, por un momento, que pasaría toda mi vida leyendo, y esa idea no me gustó para nada (porque claro, me gusta leer, pero no es lo único que me hace feliz) y me estresé un rato, pero al final decidí prepararme una leche con estrellitas, desayuné acostada y me volví a dormir, hasta el mediodía. Desperté con mi amiga Mu al celéfono, y ahí logró darme ánimos y ver todo desde otra perspectiva. Y resultó, pero de todas formas decidí que no quería leer, ese día no, no podría hacerlo, de verdad no me iba a concentrar. En ese momento me dieron los ahogos de la Olguita Marina y la comprendí tan bien, yo también necesitaba partir a cualquier parte. Así que me duché, me puse vestido y decidí salir a capear la vida. Fui a dejar a la Bruna al terminal y después vagué por las calles de Santiago, feliz con el sol de invierno... aunque debo reconocer que FELIZ, no es exactamente la palabra. Sentía una angustia vaga y molestosa, pero preferí no hacerle caso. Llegué a la residencia y me encontré en el pasillo con Katy Perry (noo, no es la cantante, es una amiga de mi residencia a la que bautizamos así porque su apellido es impronunciable, así que le decimos Perry, simplemente). Nos pusimos a conversar, y descubrí que cuando uno comparte las penas que a veces acechan por ahí, todo se vuelve más fácil, y uno termina riéndose de los pesares. Luego fui a ver a la Karicú, que tenía que salir a hacer un trabajo... yo tenía que leer, pero en un día de rebeldía eso no correspondía, así que partimos al Bravissimo a tomar helados, y la angustia ya estaba completamente sumergida entre las frutillas, el banana split y el TIRAMISÚ, helado que siempre pido sólo por la alegría que me produce pronunciar su nombre: T I R A M I S Ú. Dejé a la Karicú en el metro y me disponía a volver a la casa a ser todo lo responsable que no había sido durante el día. No me quise ir por Bulnes, porque había un señor extraño que no me daba confianza, y ya no eran horas de hacerme la chora en caso de algún imprevisto... decidí seguir por la Alameda y el rojo de un semáforo me hizo esperar con paciencia. Miro hacia el frente, y del otro lado, esperando cruzar la calle, veo a la Huencho, amiga de la U que no veía hace semanas, porque con el paro y los términos de carrera andamos todos en otra. Ella también me ve, se ríe, cruza corriendo y me dice: "Manéeeeeeee!!! VAMOS AL TEATRO!!!!!" Yo: "Pero Huencho, no tengo plata". Huencho: "Noo, si yo tengo una entrada" Yo: "Vamos" (total la noche podía ser igual de rebelde que el día). Y partimos felices de la vida a ver "Esperando a Godot". Fue lo mejor, la obra era bacana, entretenida, cuática, reflexiva, yo quería citar a cada rato, etc. Cuando salimos del teatro ya eran las 22, así que tuve que volar a mi casa en la soledad del sábado por la noche, pero feliz, y ahora sí que FELIZ era la palabra exacta: esa alegría de haberme rebelado no me la quitó nadie.


(Como siempre, se me quedó grabada una frase mamona de la obra (hay cosas que no cambian)):

Parafraseo loco:
G: “Quédate conmigo”
D: “¿Acaso te he dejado alguna vez?”
G: "Me dejaste partir…"


La foto es de Pedro Piedra, quien me acompañó todo el día con su música, y lo sigue haciendo, a pesar de que la rebeldía amainó.

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